EL CUADRO ROTO
Mi infancia estuvo marcada por algunos sucesos que dejaron huellas en mi memoria. Unos de esos eventos que a continuación les relato sucedió justo en momentos difíciles en mi familia. Todo comenzó, cuando mis padres se vieron en la necesidad de mudarse de la casa donde vivíamos antes. Y encontraron una casa en un barrio que se llamaba la isla. Una quintita modesta de tres habitaciones, amplia sala con ventanas grandes, una cocina pequeña. Así como los baños. Un patio que lindaba con casas vecinas, separadas con cerca de alfajor. Hoy dia ese lugar desapareció y en su lugar, existe un muelle o portuario donde se reciben flotas con mercancía del extranjero y se importa mercancía del país.
Mi dia a dia transcurría de la casa a la escuela y viceversa. Por ratitos me acercaba a la playa que me quedaba muy cerca de mi casa. Contemplaba abstraído, la danza de las olas y su chasqueo sobre el improvisado embarcadero en una suerte ballet folklórico con acompañamiento de orquesta. El perfume del mar era soplado, atomizado con la brisa, cayendo sobre mí como llovizna. Haciendo un manto húmedo sobre mi rostro y dejando un sabor a sal en mi boca. A Los lejos se observaba los muelles, rodeado de barcos y galpones. Un agitar de camiones y obreros, en faena de carga y descarga, grúas que subían, giraban, bajaban y volvían a girar. Emulando los movimientos de las jirafas. Remolcadores enanos le daban un empujón a los barcos que entraban y salían.
De regreso a mi casa, me dedicaba a jugar con mi hermano pequeño y entretener a mi mama y hermanas con mis ocurrencias.
Justo al lado de mi casa vivía una señora de mediana edad, su cabello dibujaba algunas canas y su rostro ya se le notaba rasgo de cansancio, desgaste por el tiempo. De baja estatura y de vestir conservador. De que se mantenía era un enigma para todos. Poco se notaba su presencia en su casa y las veces que me cruzaba con ella, aprecie su delicado y afable trato al saludarme. Así, a pesar de mi corta edad, pude notar que a flor de piel, advertía su tristeza y soledad. La señora Amelia, vivía acompañada de dos hermosos y fornidos perros y una perra de pelaje frondoso de aspecto refinado, se notaba que tenía pedigrí tan igual que los perros. Estos, Respondían a los nombres de trovador, chamarito y turquesa.
Muy pocas veces recibía visitas la señora Amelia. De hecho nunca vi que alguien entrara en su casa. Exceptuando nosotros, que tampoco era muy frecuente visitarla. Por lo general siempre estaba sola. Dialogaba con sus perros como si fuesen personas. Y al parecer ese vínculo entre ellos, iba más allá de ser una simple mascota. La única vez que yo visite su casa, los canes enfurecidos, casi se me arrojan encima. La señora Amelia, los controlo con una voz de mando firme y ellos obedecieron. Casi quede petrificado y sin aliento en esos momentos. Le llevaba un trozo de torta que mama hizo, la cual recibió con mucho agrado y devolvió el gesto con una bolsa de ponsigue.
Poco conversamos, pero tuve tiempo para observar el interior de su casa. Sin aparatos electrodoméstico a la vista. Un juego de recibo sin definición de época, con colores opacos teñidos por el tiempo. Unos cuadros de paisajes surrealistas, no originales. Un ceibo de madera pulida, tres gavetas y sobre el un florero con flores artificiales y un cuadro familiar. Dos niños, un señor y ella estaban en la foto. Pensé, la señora Amelia tiene familia. ¿Y porque vive sola? En ese instante no tuve repuestas, pero quedo sembrada en mi inquieta mente esa duda ¿que fue de su familia? ¿Porque tanta soledad y tristeza?
Un dia escuche una conversación de mi mama con una vecina, conocedora de todo el acontecer del barrio. Vivía en un constante cotilleo. No es que mama le gustase el chisme, pero esta señora era muy persistente. Hablaban de la señora Amelia. Me entere que en un accidente perdió a su familia en bogota, Colombia. Y golpeada por tan trágico acontecimiento, se vino para Venezuela. No me imagino, el dolor tan grande que un ser humano pueda recibir a perder a sus hijos y esposo. Su tristeza profunda y su soledad eran justificadas. Alejarse de toda creencia en Dios, era consecuencia de su dolor. No encontraba respuesta en nada, para su desgracia. Mas que refugiarse en su desden y en su agorero silencio.
Paso el tiempo y en su andar deja noticias que no han de agradar. Más que un tormento en alma han de dejar. Aconteció que un dia los perros de la señora Amelia, ladraban sin cesar y como canto de dolor se oían aullar. Nos pareció que los animales estaban demasiado intranquilos y trémulos por algo sucedido dentro de la casa de la señora Amelia. Que hacia rato no veíamos. Intentamos entrar pero la puerta estaba cerrada.
Avisamos a las autoridades, que llegaron y derribaron la puerta. Yo que estaba cerca, mire como yacía el cuerpo de la señora Amelia cerca del ceibo y al lado de ella como si la acompañara en su lecho de muerte, el retrato roto de su familia. Los perros a su lado estaban, como contemplando en silencio la perdida de su ama y protectora.
Nos enteramos que la señora Amelia había sufrido un infarto, pero lo curioso y que no tiene explicación. Fue la manera como quedo con su brazos extendido, como atrapando algo en el espacio y el tiempo. Su mirada fija, posándose sobre alguna figura o cosa, que en sus últimos instantes de vida se le presento. Y su cara dibujaba una leve sonrisa de mona lisa, extraña pero llena de satisfacción por lo que sucedía.
Las pertenencias, casa y cuentas de ahorro al no haber reclamo de parte de algún familiar, el estado se quedo con ellas. Los perros trovador, chamarito y turquesa quedaron en la calle abandonados a su suerte. Se le veía deambular de un lugar a otro perdidos en el tiempo, con una tristeza infinita en sus miradas. Pasaron algo más de dos semanas y no se volvió a ver a los perros. Como si, se lo hubiese tragado el tiempo, su tribulación, su tristeza, su agonía y su poco deseo de vivir. Tal vez pensaran que no puede ser posible este comportamiento en un animal. Pero tendrían que pasar por algo igual para, ratificar mis apreciaciones al respecto.
“El hombre es como la espuma del mar, que flota sobre la superficie del agua y cuando sopla viento se desvanece como si no hubiera existido. Así arrebata la muerte nuestras vidas.”
Khalil Gibran
“Las penas de la vida deben consolarnos en la muerte.”
Sócrates.
Autor: Fausto Cedeño.
Valencia, 17 de Marzo del 2008.
Mi infancia estuvo marcada por algunos sucesos que dejaron huellas en mi memoria. Unos de esos eventos que a continuación les relato sucedió justo en momentos difíciles en mi familia. Todo comenzó, cuando mis padres se vieron en la necesidad de mudarse de la casa donde vivíamos antes. Y encontraron una casa en un barrio que se llamaba la isla. Una quintita modesta de tres habitaciones, amplia sala con ventanas grandes, una cocina pequeña. Así como los baños. Un patio que lindaba con casas vecinas, separadas con cerca de alfajor. Hoy dia ese lugar desapareció y en su lugar, existe un muelle o portuario donde se reciben flotas con mercancía del extranjero y se importa mercancía del país.
Mi dia a dia transcurría de la casa a la escuela y viceversa. Por ratitos me acercaba a la playa que me quedaba muy cerca de mi casa. Contemplaba abstraído, la danza de las olas y su chasqueo sobre el improvisado embarcadero en una suerte ballet folklórico con acompañamiento de orquesta. El perfume del mar era soplado, atomizado con la brisa, cayendo sobre mí como llovizna. Haciendo un manto húmedo sobre mi rostro y dejando un sabor a sal en mi boca. A Los lejos se observaba los muelles, rodeado de barcos y galpones. Un agitar de camiones y obreros, en faena de carga y descarga, grúas que subían, giraban, bajaban y volvían a girar. Emulando los movimientos de las jirafas. Remolcadores enanos le daban un empujón a los barcos que entraban y salían.
De regreso a mi casa, me dedicaba a jugar con mi hermano pequeño y entretener a mi mama y hermanas con mis ocurrencias.
Justo al lado de mi casa vivía una señora de mediana edad, su cabello dibujaba algunas canas y su rostro ya se le notaba rasgo de cansancio, desgaste por el tiempo. De baja estatura y de vestir conservador. De que se mantenía era un enigma para todos. Poco se notaba su presencia en su casa y las veces que me cruzaba con ella, aprecie su delicado y afable trato al saludarme. Así, a pesar de mi corta edad, pude notar que a flor de piel, advertía su tristeza y soledad. La señora Amelia, vivía acompañada de dos hermosos y fornidos perros y una perra de pelaje frondoso de aspecto refinado, se notaba que tenía pedigrí tan igual que los perros. Estos, Respondían a los nombres de trovador, chamarito y turquesa.
Muy pocas veces recibía visitas la señora Amelia. De hecho nunca vi que alguien entrara en su casa. Exceptuando nosotros, que tampoco era muy frecuente visitarla. Por lo general siempre estaba sola. Dialogaba con sus perros como si fuesen personas. Y al parecer ese vínculo entre ellos, iba más allá de ser una simple mascota. La única vez que yo visite su casa, los canes enfurecidos, casi se me arrojan encima. La señora Amelia, los controlo con una voz de mando firme y ellos obedecieron. Casi quede petrificado y sin aliento en esos momentos. Le llevaba un trozo de torta que mama hizo, la cual recibió con mucho agrado y devolvió el gesto con una bolsa de ponsigue.
Poco conversamos, pero tuve tiempo para observar el interior de su casa. Sin aparatos electrodoméstico a la vista. Un juego de recibo sin definición de época, con colores opacos teñidos por el tiempo. Unos cuadros de paisajes surrealistas, no originales. Un ceibo de madera pulida, tres gavetas y sobre el un florero con flores artificiales y un cuadro familiar. Dos niños, un señor y ella estaban en la foto. Pensé, la señora Amelia tiene familia. ¿Y porque vive sola? En ese instante no tuve repuestas, pero quedo sembrada en mi inquieta mente esa duda ¿que fue de su familia? ¿Porque tanta soledad y tristeza?
Un dia escuche una conversación de mi mama con una vecina, conocedora de todo el acontecer del barrio. Vivía en un constante cotilleo. No es que mama le gustase el chisme, pero esta señora era muy persistente. Hablaban de la señora Amelia. Me entere que en un accidente perdió a su familia en bogota, Colombia. Y golpeada por tan trágico acontecimiento, se vino para Venezuela. No me imagino, el dolor tan grande que un ser humano pueda recibir a perder a sus hijos y esposo. Su tristeza profunda y su soledad eran justificadas. Alejarse de toda creencia en Dios, era consecuencia de su dolor. No encontraba respuesta en nada, para su desgracia. Mas que refugiarse en su desden y en su agorero silencio.
Paso el tiempo y en su andar deja noticias que no han de agradar. Más que un tormento en alma han de dejar. Aconteció que un dia los perros de la señora Amelia, ladraban sin cesar y como canto de dolor se oían aullar. Nos pareció que los animales estaban demasiado intranquilos y trémulos por algo sucedido dentro de la casa de la señora Amelia. Que hacia rato no veíamos. Intentamos entrar pero la puerta estaba cerrada.
Avisamos a las autoridades, que llegaron y derribaron la puerta. Yo que estaba cerca, mire como yacía el cuerpo de la señora Amelia cerca del ceibo y al lado de ella como si la acompañara en su lecho de muerte, el retrato roto de su familia. Los perros a su lado estaban, como contemplando en silencio la perdida de su ama y protectora.
Nos enteramos que la señora Amelia había sufrido un infarto, pero lo curioso y que no tiene explicación. Fue la manera como quedo con su brazos extendido, como atrapando algo en el espacio y el tiempo. Su mirada fija, posándose sobre alguna figura o cosa, que en sus últimos instantes de vida se le presento. Y su cara dibujaba una leve sonrisa de mona lisa, extraña pero llena de satisfacción por lo que sucedía.
Las pertenencias, casa y cuentas de ahorro al no haber reclamo de parte de algún familiar, el estado se quedo con ellas. Los perros trovador, chamarito y turquesa quedaron en la calle abandonados a su suerte. Se le veía deambular de un lugar a otro perdidos en el tiempo, con una tristeza infinita en sus miradas. Pasaron algo más de dos semanas y no se volvió a ver a los perros. Como si, se lo hubiese tragado el tiempo, su tribulación, su tristeza, su agonía y su poco deseo de vivir. Tal vez pensaran que no puede ser posible este comportamiento en un animal. Pero tendrían que pasar por algo igual para, ratificar mis apreciaciones al respecto.
“El hombre es como la espuma del mar, que flota sobre la superficie del agua y cuando sopla viento se desvanece como si no hubiera existido. Así arrebata la muerte nuestras vidas.”
Khalil Gibran
“Las penas de la vida deben consolarnos en la muerte.”
Sócrates.
Autor: Fausto Cedeño.
Valencia, 17 de Marzo del 2008.