jueves, 5 de febrero de 2009

EL CUADRO ROTO

EL CUADRO ROTO

Mi infancia estuvo marcada por algunos sucesos que dejaron huellas en mi memoria. Unos de esos eventos que a continuación les relato sucedió justo en momentos difíciles en mi familia. Todo comenzó, cuando mis padres se vieron en la necesidad de mudarse de la casa donde vivíamos antes. Y encontraron una casa en un barrio que se llamaba la isla. Una quintita modesta de tres habitaciones, amplia sala con ventanas grandes, una cocina pequeña. Así como los baños. Un patio que lindaba con casas vecinas, separadas con cerca de alfajor. Hoy dia ese lugar desapareció y en su lugar, existe un muelle o portuario donde se reciben flotas con mercancía del extranjero y se importa mercancía del país.
Mi dia a dia transcurría de la casa a la escuela y viceversa. Por ratitos me acercaba a la playa que me quedaba muy cerca de mi casa. Contemplaba abstraído, la danza de las olas y su chasqueo sobre el improvisado embarcadero en una suerte ballet folklórico con acompañamiento de orquesta. El perfume del mar era soplado, atomizado con la brisa, cayendo sobre mí como llovizna. Haciendo un manto húmedo sobre mi rostro y dejando un sabor a sal en mi boca. A Los lejos se observaba los muelles, rodeado de barcos y galpones. Un agitar de camiones y obreros, en faena de carga y descarga, grúas que subían, giraban, bajaban y volvían a girar. Emulando los movimientos de las jirafas. Remolcadores enanos le daban un empujón a los barcos que entraban y salían.
De regreso a mi casa, me dedicaba a jugar con mi hermano pequeño y entretener a mi mama y hermanas con mis ocurrencias.
Justo al lado de mi casa vivía una señora de mediana edad, su cabello dibujaba algunas canas y su rostro ya se le notaba rasgo de cansancio, desgaste por el tiempo. De baja estatura y de vestir conservador. De que se mantenía era un enigma para todos. Poco se notaba su presencia en su casa y las veces que me cruzaba con ella, aprecie su delicado y afable trato al saludarme. Así, a pesar de mi corta edad, pude notar que a flor de piel, advertía su tristeza y soledad. La señora Amelia, vivía acompañada de dos hermosos y fornidos perros y una perra de pelaje frondoso de aspecto refinado, se notaba que tenía pedigrí tan igual que los perros. Estos, Respondían a los nombres de trovador, chamarito y turquesa.
Muy pocas veces recibía visitas la señora Amelia. De hecho nunca vi que alguien entrara en su casa. Exceptuando nosotros, que tampoco era muy frecuente visitarla. Por lo general siempre estaba sola. Dialogaba con sus perros como si fuesen personas. Y al parecer ese vínculo entre ellos, iba más allá de ser una simple mascota. La única vez que yo visite su casa, los canes enfurecidos, casi se me arrojan encima. La señora Amelia, los controlo con una voz de mando firme y ellos obedecieron. Casi quede petrificado y sin aliento en esos momentos. Le llevaba un trozo de torta que mama hizo, la cual recibió con mucho agrado y devolvió el gesto con una bolsa de ponsigue.
Poco conversamos, pero tuve tiempo para observar el interior de su casa. Sin aparatos electrodoméstico a la vista. Un juego de recibo sin definición de época, con colores opacos teñidos por el tiempo. Unos cuadros de paisajes surrealistas, no originales. Un ceibo de madera pulida, tres gavetas y sobre el un florero con flores artificiales y un cuadro familiar. Dos niños, un señor y ella estaban en la foto. Pensé, la señora Amelia tiene familia. ¿Y porque vive sola? En ese instante no tuve repuestas, pero quedo sembrada en mi inquieta mente esa duda ¿que fue de su familia? ¿Porque tanta soledad y tristeza?
Un dia escuche una conversación de mi mama con una vecina, conocedora de todo el acontecer del barrio. Vivía en un constante cotilleo. No es que mama le gustase el chisme, pero esta señora era muy persistente. Hablaban de la señora Amelia. Me entere que en un accidente perdió a su familia en bogota, Colombia. Y golpeada por tan trágico acontecimiento, se vino para Venezuela. No me imagino, el dolor tan grande que un ser humano pueda recibir a perder a sus hijos y esposo. Su tristeza profunda y su soledad eran justificadas. Alejarse de toda creencia en Dios, era consecuencia de su dolor. No encontraba respuesta en nada, para su desgracia. Mas que refugiarse en su desden y en su agorero silencio.
Paso el tiempo y en su andar deja noticias que no han de agradar. Más que un tormento en alma han de dejar. Aconteció que un dia los perros de la señora Amelia, ladraban sin cesar y como canto de dolor se oían aullar. Nos pareció que los animales estaban demasiado intranquilos y trémulos por algo sucedido dentro de la casa de la señora Amelia. Que hacia rato no veíamos. Intentamos entrar pero la puerta estaba cerrada.
Avisamos a las autoridades, que llegaron y derribaron la puerta. Yo que estaba cerca, mire como yacía el cuerpo de la señora Amelia cerca del ceibo y al lado de ella como si la acompañara en su lecho de muerte, el retrato roto de su familia. Los perros a su lado estaban, como contemplando en silencio la perdida de su ama y protectora.
Nos enteramos que la señora Amelia había sufrido un infarto, pero lo curioso y que no tiene explicación. Fue la manera como quedo con su brazos extendido, como atrapando algo en el espacio y el tiempo. Su mirada fija, posándose sobre alguna figura o cosa, que en sus últimos instantes de vida se le presento. Y su cara dibujaba una leve sonrisa de mona lisa, extraña pero llena de satisfacción por lo que sucedía.
Las pertenencias, casa y cuentas de ahorro al no haber reclamo de parte de algún familiar, el estado se quedo con ellas. Los perros trovador, chamarito y turquesa quedaron en la calle abandonados a su suerte. Se le veía deambular de un lugar a otro perdidos en el tiempo, con una tristeza infinita en sus miradas. Pasaron algo más de dos semanas y no se volvió a ver a los perros. Como si, se lo hubiese tragado el tiempo, su tribulación, su tristeza, su agonía y su poco deseo de vivir. Tal vez pensaran que no puede ser posible este comportamiento en un animal. Pero tendrían que pasar por algo igual para, ratificar mis apreciaciones al respecto.


“El hombre es como la espuma del mar, que flota sobre la superficie del agua y cuando sopla viento se desvanece como si no hubiera existido. Así arrebata la muerte nuestras vidas.”

Khalil Gibran


“Las penas de la vida deben consolarnos en la muerte.”


Sócrates.


Autor: Fausto Cedeño.
Valencia, 17 de Marzo del 2008.

EL GAVILAN Y EL PICHON DE TURPIAL


EL GAVILAN Y EL PICHON DE TURPIAL

Cuentan que una familia de turpial que tenia como residencia un viejo y frondoso saman, allí tenían su nido de genial arquitectura y dentro de el se abrigaba su hermoso hijo. Un pichoncito regordete, de plumaje naciente con tornasol de colores hermosos.

Un dia se encontraba la familia turpial de reposo dentro de su nido, cuando escucharon ruidos allá abajo del saman. Eran cazadores furtivos que se dirigían rumbo al nido del gavilán.

El turpial notando dicha situación, voló presuroso a informar al gavilán, ignorando el riesgo que le podría traer dicho acto. Revoloteo rodeando el nido y aviso al gavilán de la situación. El gavilán se dio por enterado y junto con su familia abandonaron el nido y se resguardaron en un lugar seguro. Esquivando las intensiones de los intrusos.

Paso el tiempo en los hermosos parajes, sitio de gracias, de Dios. Residencia de variedad de aves símbolo de la grandeza de la región venezolana.

Un dia el pichoncito de turpial ávido de alimentos, piaba llamando a su madre para que lo atendiera. Su mama acudió diligente al llamado de su hermoso hijo. Durante el sustento, sucedió que el hermoso turpialito se resbalo y precipito, cayendo sobre un arbusto tupido, que como un colchón de hojas ayudo amortiguar el impacto.

El pequeño turpialito, no sufrió lesiones algunas. Pero regresarlo a su nido, seria una odisea para sus padres. Que todavía se reponían del susto, para encontrarse con una preocupación, ahora más grande. ¿Cómo hacer para llevar su hijo de nuevo a su nido?

Pasaron en vigilia toda la noche, preocupados por los animales rapaces que habitan en esos parajes. Se mostró el alba y un nuevo dia, continuación del otro, donde comenzó la agonía de la familia turpial, que desgraciadamente aun no terminaba.

De repente a lo lejos avizoraron un gavilán, motivo de alarma para los preocupados padres. El terror se apodero de ellos y pronunciaron angustiados: Estamos a merced de esa ave rapaz y nuestro hijo de un seguro peligro.


Cuando en un momento que rompió el tiempo de tribulación, el gavilán se abalanzo sobre su indefenso hijo. Fueron instante de tormento. Su hermoso hijo, concebido con amor y orgullo de sus padres en un instante fatídico, hoy se encuentra amenazada su vida y con ella se llevan las de sus padres. Que jamás podrán recuperarse, de seguro, si llegasen a perder a su pequeño hijo. La vida juega a veces con la adversidad se conjugan en un todo de insospechados desenlaces que no tienen pausas a veces y vienen encadenados con infortunios. Nubarrones grises, llenos de penas, ahora cubren los espacios más íntimos de los angustiados padres.

En vuelo de gran factura y destreza, Rompiendo el viento en su aletear el gavilán se encimo sobre el desvalido turpialito y tomando su rollizo cuerpito con sus afiladas garras. Lo levanto y siguió su vuelo. Para sorpresa de sus padres, el gavilán oriento su vuelo en dirección al nido. Aposento de la familia turpial. Dejando caer con sutil pericia al pequeño pichón en el nido, quedando a salvo la cría.

El regocijo y la alegría no cabían en el pecho de tan preocupados padres. Además del asombro por tan gentil acción del gavilán. Que luego papa turpial identifico como el gavilán que tiempo atrás, el había ayudado de las malas intenciones de los cazadores furtivos.

Hoy dia la felicidad reina en casa de los turpiales. Y el otrora pinchoncito hoy surca el cielo en tan hermoso vuelo, acariciando las nubes, frotándose de sol. Agradecido con la vida, con el universo, con su destino, por una nueva oportunidad de existir.


“El que da no debe volver a acordarse, pero el que recibe nunca debe olvidar”

Proverbio hebreo



Autor: Fausto R. Cedeño O.


Valencia, 21/02/08


MIS CUENTOS Y ALGO MAS

La alondrita distraída y el niño

Cuentan que una alondrita de hermoso y brillante plumaje, surcaba el cielo en su vuelo de expresiones elegantes, destreza, dominando la gravedad y el arte aerodinámico. Con arrogancia y algo de petulancia se vanagloriaba de su destreza.

Un dia por estar distraída, se tropezó con la rama de un árbol que estaba plantado en un jardín, donde cerca se encontraba una casita rural. Quedando tendida sobre el césped, alelada por el impacto, sentía como se desvanecía sus fuerzas. Sintió de pronto la alondrita como la tomaban y levantaban, eran manos pequeñas y frágiles, tal vez de un niño, pensó.

Presintiendo su final la alondrita espiro un desvalido suspiro de agonía. Pensaba que su suerte estaba echada, era hora quizás de volver a la tierra, de confundirse en el tiempo, de su estadía eterna en el cielo de los animales. Pero, aconteció que el niño la cuido, la protegió y curo sus heridas. Dia a dia el niño veía con agrado la recuperación de tan hermosa alondrita.

La alondrita posada en su jaula ya recuperada, veía con agrado a ese niño protector. Y cada dia que pasaba a su lado, el cariño crecía. ¿Alondrita, alondrita de hermoso plumaje y fino canto, podrías entonar para mi, melodías de ensueño, gloriosas notas de tu inspiración? La alondrita trino con ternura notas del alma, para complacer a su pequeño amigo. La habitación se lleno de notas danzado de aquí, para allá y su canto se hizo inmenso, sublime, dejando huellas de profunda candidez y apacible calma en su alma, así su afectuoso amigo, se relajaba hasta quedar dormido.

Todos los días como un ritual de devoción, la alondrita deleitaba a su amigo con su canto.

Sucedió que un dia el niño se sintió enfermo. En su letargo, en un cansancio mudo y sin fuerzas por el ataque despiadado de su afección. Poco podría disfrutar de la presencia y encantos de su querida alondrita.

Un dia el niño se levanto de su cama con la poca fuerza que le quedaba. Tomo la jaula donde estaba la alondrita y le dijo: Alondrita, alondrita de hermoso plumaje y fino canto, amiga del alma mía, compañera de ensueño y fantasías. Vuela muy alto al cielo, allá donde están las nubes de algodón y el sol deja colar sus rayos de oro. Danza con tu ballet y hermosas coreografías. Permíteme deleitar mi vida, mi últimos momentos, con tus gracias y esplendor. Sucedió que el niño abrió la jaula y salio la alondrita volando, dibujando sueños en el viento. Y el niño la vio regocijado y sastifecho por el momento compartido.

Paso el tiempo y en el jardín frente a la casita donde una vez se pozo la alondrita mal herida, se encuentra una tumba pequeña. Y cuentan que sobre ella en vuelo de agonía y tristeza se ve todos los días una alondrita añorar la presencia de que en vida fuera su protector y amigo. Trinando con profunda pena, cantos de desconsuelo y melancolía. Resbalando de sus ojitos lagrimas del alma y un sufrimiento que termino con su propia existencia. Hoy yace sobre la pequeña tumba, justo al lado de la lapida, restos de la alondrita. Con su alitas abiertas, como si abrazara el tiempo. Con su ojitos abierto al cielo, atrapando figuras en su último aliento.


Autor: Fausto R. Cedeño. O

Valencia, 18/02/08